12/12/07

LEYENDA DE LA NORIA DE SAN POLO


El respiradero del mar

Esta leyenda es conocida sobre todo por quienes a lo largo de muchos años han tenido que ir a trabajar desde Villa del Prado a la finca "El Rincón". El lugar está en cuestión fuera del término de Villa del Prado, pero casi en la misma linde, además de que la tradición se cuenta en nuestro pueblo.

Hablaremos de un lugar que se halla en la mencionada finca, cerca del antiguo tejar del Rincón, donde se fabricaron tantas tejas y ladrillos en siglos pasados; caminando hacia el río Alberche, lugar hoy llamado "La Rinconada". A pocos metros de éste lugar se alzan las medievales ruinas de la Ermita de San Polo (San Pablo), que fue la iglesia del desaparecido pueblo de Villanueva de Tozara.

En éste paraje se halla la noria de San Polo. Ésta noria es un agujero profundo. El más profundo de los más profundos de los conocidos en la comarca. Es una noria para suministrar agua a los cultivos. Pero aparte de su utilidad funcional, la noria de San Polo es uno de esos pozos que despiertan leyendas en los pueblos.

En el fondo, entre tinieblas se oye como una cascada que cae. Debe ser el agua que mana por las paredes y cae al fondo. "Es un pozo que no tiene fondo" - dicen unos - "Te asomas y está todo negro" - dicen otros -. Pero cuando se habla de la noria de San Polo, muchos recuerdan la tradiciónal leyenda que han oido de sus mayores: es un respiradero del mar y se comunica realmente con él.

Toda ésta leyenda seguro que le interesaba poco al pobre burro que antiguamente se pasaba el día dando vueltas para mover la noria, al rededor del "respiradero del mar".

J. Durán

1 comentario:

  1. La lectura de este artículo me traslada a un tiempo en que para mi, ése era un lugar lleno de misterio y de magia (también me infundía cierto temor, especialmente el pozo) al que llegaba en bicicleta por unos caminos sólo transitados por animales y tractores, y de los que a veces tenía que salirme rápidamente, tirándome en plancha con bici incluída para esconderme entre las retamas para evitar que mi padre me descubriera, ya que tenía prohibido ir sola hasta ese lugar.
    En la soledad de la derruída ermita de S. Polo me inventaba historias, buscaba tesoros: cristales desgastados, trozos de chapa erosionada, maderas con extrañas formas... etc. hasta que algún ruido desconocido disparaba mis alertas (y mi pánico) y, pedaleando a todo gas, regresaba a casa echando el hígado y sin temer entonces que me descubrieran, ya que era mayor el canguis que llevaba encima. Mis hermanas, menores que yo, querían acompañarme y a veces yo accedía, pero casi siempre me negaba por varias razones:
    - El lugar era mi descubrimiento y las emociones las quería en exclusiva.
    - Llegar hasta allí no era tarea que pudiesen hacer unas enanas (ja, ja, ja).
    - Además el lugar encerraba "grandes misterios" y no pocos riesgos que sólo yo, con mi "madurez y valentía" podía afrontar... ¡pero si a la mímima me cagaba de miedo!
    Al lado de la ermita de S. Polo estaba la pequeña estación de ferrocarril Madrid-Almorox. Desde las ruinas oía el sonido del tren que se acercaba y observaba al solitario jefe de estación (Juan Antonio) situarse junto a la vía con esa curiosa gorra y una banderita roja, y al poco rato el tren aparecía dejando entre los árboles su blanquecina estela de humo.
    Yo tenía entonces, aproximadamente,10 años. CARLOTA.

    27 de agosto de 2008 03:10

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