No existe ningún retrato de él, ni sabemos como era su rostro, si era alto o bajo de estatura, ni cual era timbre de su voz, pero durante casi toda la segunda mitad del siglo XVIII, D. Juan Antonio Molina y Santa María fue párroco de Villa del Prado y marcó toda una época en el pueblo. Los pradeños de aquel tiempo jamas lo olvidarían, y nosotros que no le hemos conocido, podemos ver su nombre escrito en varios sitios, esculpido en piedra o pintado en madera o escrito en archivos y legajos, pero lo más hermoso es que la obra de D. Juan Antonio sigue hoy en día viva, sólida y firme, un legado que disfrutamos aún, tras más de dos siglos de historia.
La historia de D. Juan Antonio comienza cuando nace en Molina de Aragón, pequeña ciudad amurallada y con un hermoso castillo, perteneciente a la diócesis de Siguenza y hoy provincia de Guadalajara. Seguramente fue luego en Sigüenza donde D. Juan Antonio realizase sus estudios sacerdotales.
Al cabo de un tiempo, y ordenado ya sacerdote, fue enviado a la región de Madrid, entonces diócesis de Toledo, y primero fue destinado a un pequeño pueblo de la sierra de Guadarrama cercano a El Escorial llamado Fresnedillas de la Oliva. Posteriormente cambió de destino, siendo cura de otro pueblo llamado Canencia, éste en plena sierra norte de Madrid, cerca de El Paular y Navacerrada.
Es en el año 1743 cuando D. Juan Antonio, ya curtido en la experiencia de ser sacerdote en pueblos serranos, llega a Villa del Prado y toma posesión de la parroquia de Santiago Apóstol.
Entonces, la iglesia ya tenía tres siglos de antigüedad y necesitaba de ciertas mejoras. Quizá, al entrar y echar una ojeada al interior, a D. Juan Antonio Molina se le pasaron mil ideas por la cabeza. D. Juan Antonio introdujo en el edificio numerosas mejoras que Villa del Prado le debe siempre agradecer.
- El suelo de la Iglesia fue reformado. Los muertos en aquella época, se enterraban en el suelo del templo y esto provocaba situaciones incómodas y poco agradables, así que llegado un momento, D. Juan Antonio encargó las losas de piedras que hoy en día nosotros pisamos. De éste modo se mejoró el suelo de la iglesia enormemente y las tumbas quedaron cubiertas por las piedras, que sustituyeron a otras anteriores de inferior calidad. Se replanteó también el método para identificar todas las sepulturas, que consiste en los números que vemos tallados en las piedras y la división del suelo en tramos y secciones, en los cuales se ubican los números.
- Otra de las obras realizadas a iniciativa y mandato de D. Juan Antonio, fue la construcción de un nuevo órgano para la iglesia, que es el que vemos hoy día; el bonito órgano de estilo rococó que actualmente podemos admirar y escuchar. Corría el año de 1750 y la modernidad de entonces era la decoración rococó y barroca. Los órganos de tubos estaban viviendo una época de auge en toda España y en Villa del Prado había un órgano de más de cien años de antigüedad, construído al parecer por Miguel Puche que estaba “Muy viejo y deteriorado y nada decente para su uso”, según dicen los libros parroquiales, así que D. Juan Antonio encargó presupuesto al organero Francisco Antonio Díaz para construír el órgano actual, que en su origen estaba situado en el balcón que hay a la derecha del coro. En 1751 finalizaban las obras y en 1755 fue pintado y dorado. En su lado izquierdo leemos: “Se hizo éste órgano siendo cura D. Juan Antonio Molina y Santa María y mayordomo José García Abad, el año de 1751”
- Muchas fueron las horas que pasaba D. Juan Antonio en la fría pero bella y gótica sacristía de la iglesia, como la habitación de un castillo. Pronto, el sacerdote se dio cuenta de que necesitaba más comodidad en aquel lugar y que los objetos tan preciados de la iglesia merecían un lugar mejor para estar guardados, así que el párroco encargó construir la actual cajonería de la sacristía, un precioso y enorme mueble barroco donde desde entonces se guardan los vestidos y manteles y demás objetos del culto.
- D. Juan Antonio atendió con diligencia y sabiduría todas y cada una de las múltiples labores que exigía la parroquia del pueblo, incluída por supuesto la ermita de la Poveda. D. Juan Antonio mandó construír para nuestra patrona una carroza nueva para sacar a la Virgen en procesión y además, una cochera para guardar la carroza. La cochera es la pequeña habitación con tejado que hay en la parte posterior de la ermita. Aunque aquella carroza se rompió y desapareció hace mucho tiempo, hoy podemos leer en el gran dintel de piedra de la puerta de la cochera: "Siendo cura D. Juan Antonio Molina y Santa María y Diego Parro Nieto mayordomo de Nuestra Señora de la Poveda, se hizo éste cuarto y carroza, año 1760." Otras obras de los tiempos de D. Juan Antonio en La Poveda fueron el empedrado de la puerta principal (1760), y el dorado de las puertas del magnífico camarín de la Virgen.
- En tiempos de D. Juan Antonio se hizo además una de las más conocidas imágenes de talla en madera de la iglesia; una imagen de San Miguel, la cual tiene una inscripción que dice que se hizo: "A devoción de Rodrigo Pérez de Mora, 1755".
- D. Juan Antonio también participó en la construcción del Puente de la Pedrera en 1769. Ante unas dificultades económicas del ayuntamiento. Éste se vio obligado a tomar a censo del sacerdote la cantidad de 76.606 reales y 18 maravedís. Por éste censo hubo que pagar anualmente 23.298 reales y 7 maravedís de réditos.
Y además de éstas grandes obras, otras más pequeñas, pero no menos importantes realizó D. Juan Antonio Molina, éste activo cura que engrandeció la parroquia y que además, a título individual, fue un hombre de muchas posesiones y poder en el pueblo; un auténtico personaje importante de su tiempo, toda una autoridad en el pueblo. Le tocó ser cura de Villa del Prado en una de las épocas más florecientes y de mayor progreso local. En los tiempos de D. Juan Antonio, vivió en el pueblo el artista Olivieri, se levantaban casas con escudos, se hacían ricas imágenes de vestir, González Maldonado abría sus escuelas, se ponía en marcha la mina de esmeril de Peranzules, el estilo barroco llenaba de vida los retablos, y reinaban en España el pacífico Fernando VI y el inteligente Carlos III. Sonaban clavicordios y se lucían pelucas blancas. Era la exquisita época del “Setecientos”, aunque también D. Juan Antonio y los pradeños tuvieron que soportar algunos años de sequías y por entonces también se fomentó mucho la devoción al Cristo de la Cruz a Cuestas, nuestro querido Nazareno.
D. Juan Antonio se sintió en Villa del Prado como en la horma de su zapato, así que se quedó a vivir en el pueblo para siempre y aquí falleció en el año 1771, según está escrito en los libros de la parroquia. Unas sobrinas suyas fueron su gran apoyo y compañía. El pueblo enterró con pena a su gran cura, uno de los que más tiempo han sido párrocos, y su cuerpo está enterrado, según los archivos bajo “Una piedra de color que hay junto al altar”. Y ciertamente algunas de las piedras de granito de la parte delantera del suelo, tienen matices diferentes a las demás, pero seguramente la que tapa el cuerpo de D. Juan Antonio, está actualmente cubierta por el estrado de madera donde está la mesa de decir Misa. En todo caso, doscientos cincuenta años después es bueno dar un afectuoso homenaje a éste gran personaje de la historia local pradeña, y recordar su legado y obras.
Juan Durán. Fotomontaje del autor sobre un dibujo de un sacerdote de Luis Casamitjana
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